Mirar las decadencias es un ejercicio antiestético, por comparación con lo reluciente y los neones de la perfección simulada. Esa es la (repetida) cultura de la imagen que machaca la televisión: cuerpos perfectos, apartamentos luminosos con vistas al océano infinito, niños rubios, con ojos rubios, con dientes rubios...
Las decadencias tienen un gancho distinto, por contradicción, por el mero ejercicio de engañar al ojo y separarlo de esas siluetas perfectas. No es culto a la ruina ni a la destrucción. Sencillamente es mirar con otros ojos, sin miopías posmodernas, sin impostaciones publicitarias, sencillamente volver al lugar primigenio donde se aprendía a aprender.
Que no daría yo...