13 de octubre de 2006

MICROCRÉDITO Y ESPERANZAS

La noticia de la concesión del Premio Nobel del la Paz a Mohammed Yunus me dió una alegría cercana, como si hubiera sido premiado un profesor de universidad conocido o como si hubiera sido un español el galardonado, aunque fuera desconocido.

Conocí Mohammed Yunus en Granada en 2001 en la sede de CajaGranada, cuando recibió el premio de Cooperación Internacional de esta entidad crediticia. Sólo le hice una pregunta: ¿Cree usted que los microcréditos se pueden aplicar como un servicio financiero más? Recuerdo la contestación -la memoria es borrosa a veces- del Sr. Yunus con su peculiar acento en inglés, que vino a decir que su propuesta cubría una parte de la demanda, y si había funcionado en otros países donde hay pobres, podía funcionar también en Europa.

Esa misma mañana, Mohammed Yunus había estado conociendo un proyecto que se llevaba a cabo por entonces en el distrito norte de Granada, barrio de Almanjáyar. Yunus se interesó por los problemas de la zona norte, que siguen siendo tan visibles para sus vecinos como invisibles para las incompetentes autoridades competentes.

Cinco años más tarde, julio de 2006, me disponía a entrar en el Hotel V Centenario de Santo Domingo junto con un grupo de mujeres humildes que atienden diversos cursos y estudios en el centro Muchachos con Don Bosco de la capital dominicana. Mientras hablaba con Elizabeth Rosario, comunicadora social que colabora en el proyecto, iba recordando las vivencias de aquella visita a Granada de Mohammed Yunus.

Elizabeth me contaba sobre su trabajo de comunicadora social. Ana, con apenas treinta años y 8 hijos, no perdía su sonrisa inmensamente feliz por estar en el acontecimiento, las dificultades y preocupaciones de su vida apenas traspasaban su rostro: asistir a esa conferencia es un premio para ellas, un acicate para seguir adelante, alguien las escucha, alguien las invita y sentirse valoradas una de las función del proyecto. En sus hombros se sostienen familias monoparentales, son madres que apenas han tenido oportunidades de formación y que tienen a su cargo el peso de los hijos y la familia. Ahora son formadas para crear microempresas, para tener una ocupación que les ayude a salir de la economía de subsistencia, vendiendo yaniqueques, fabricando velas, o con costuras. El proyecto tiene mucha más oferta formativa, pero yo me quedo con la experiencia vivida: un chin de café Santo Domingo y una arepa de doña Evangelista le hacen a uno entender la vida de una forma mucho más agradable, y me hicieron considerar los orígenes humildes de mi familia o de mi tierra, Andalucía, ahora que semos europeos y no nos falta de ná.

En el lujoso Hotel V Centenario, cinco estrellas en pleno malecón capitaleño, se mezclaban por sus pasillos clases sociales muy distintas. Fueron pasando al salón de actos empresarios, medios de comunicación, funcionarios de la administración dominicana y miembros del gobierno, mientras el comienzo se demoraba por la larga tardanza de la Primera Dama de la República.

El ponente Luis Echarte inició el discurso "Microcrédito como estrategia de reducción a la pobreza" y ofreció esperanzas para los oídos humildes y también para los oídos situados. Las esperanzas del que quiere mejorar sus condiciones de vida suenan muy bien en las palabras ajenas.

Por cierto, ¿creen ustedes que los microcréditos se pueden aplicar como un servicio financiero para pequeñas inversiones? ¿O quizá prefieren mejor un puesto como funcionario de siete horitas? ¿Una subvención de la Junta de Andalucía? ¿O una subvención de la Unión Europea quizá?

8 de octubre de 2006

UN VASITO DE COCA-COLA




Seis de julio de 2006. Recién llegado a Santo Domingo, aún estaba adaptando mis horarios a la nueva situación, cuando tuve la oportunidad de acompañar a un equipo de Teleantillas Canal 2 al barrio de Los Guandules, arrabal capitaleño, donde se disponían a grabar imágenes y testimonios para un reportaje sobre los canillitas, esos niños que trabajan en las calles.

El cámara aparcó el coche frente a un centro jesuita y desde ahí comenzamos a caminar por la avenida principal de barrio, todo eran imágenes nuevas, sorprendentes, vivir un reportaje en segunda persona no estaba en mis cálculos y mientras descubría con la percepción del recién llegado los detalles de cada rostro y de cada esquina, fuimos buscando sobre el asfalto sucio a los protagonistas del reportaje. En la calle principal de Los Guandules había tantos canillitas, esos hijos de la subsistencia amarga.

Los periodistas hacían su trabajo ante la observación de mucha gente, había llegado la tele y muchas personas se mostraban hospitalarias en esa situación. Yo seguía siendo testigo con mis ojos y mi cámara de ese momento singular, lleno de la dignidad que la pobreza ofrece cuando se la observa de imprevisto. Las mercancías se mezclaban con los vendedores y con el suelo insalubre, ante la lente abierta de la cámara y las preguntas de la periodista.

Caminamos luego guiados por un canillita por las calles adyacentes, entre infraviviendas perdidas en las esquinas del subdesarrollo. Allí descubrimos en sus tareas a la madre de una canillita, una señora que vivía con sus cinco hijos bajo el techo monoparental de esa vivienda mínima. Aparecieron poco a poco los otros niños, edades escalonadas y cercanas, llegaron otros niños vecinos mientras se grababan imágenes y testimonios del reportaje. La abuela de los niños andaba por allí ofreciendo facilidades para los visitantes, dando gracias por la visita y recomendando los mejores lugares de sombra de toda la calle. La entrevista continuó entre tinajas de agua y espuma y ropas tendidos, se grabaron imágenes en la vivienda y de todos sus detalles con el rigor y mucho respeto. La abuela de los niños acompañó a los periodistas hacia una puerta de madera contigua, y luego desapareció durante cinco o diez minutos.



De nuevo apareció doblando la esquina con una botella de coca-cola fría recién comprada y unos vasos de plástico para los visitantes.
- Un vasito de coca-cola, ustedes están trabajando y pasando calor.
- ¡Ay, señora! Muchas gracias.

Sacié mi sed con la gratitud más humana que podía ofrecer en ese momento. De estas experiencias nacen sentimientos que se elevan sobre los simbolismos.

1 de octubre de 2006

UN CANILLITA DE LOS GUANDULES


Canillita es el nombre que le dan a los niños de la calle en Santo Domingo, esos niños que se pueden encontrar en las calles de los arrabales capitaleños, en las esquinas, en los mercados, pidiendo un peso, o dos, o tres. Cambiaron la escuela por la calle, para convertirse en limpiabotas, en chiriperos, vendedores de limoncillos, los libros quedan lejos y esos niños comienzan a aprender a ganarse la vida desde la una infancia quebrada por las circunstancias sociales de esa parte de la Quisqueya que no aparece en los brochures turísticos.

A ese niño lo descubrí una mañana de julio de 2006, en el barrio de los Guandules, distrito norte de Santo Domingo, sin camiseta, con una mirada amarga entre los puestos de venta de un mercado de subsistencia que llena los ojos del visitante con frutas exhuberantes y olores de pobreza.

- ¡Guineo a peso, guineo a peso!