8 de octubre de 2006

UN VASITO DE COCA-COLA




Seis de julio de 2006. Recién llegado a Santo Domingo, aún estaba adaptando mis horarios a la nueva situación, cuando tuve la oportunidad de acompañar a un equipo de Teleantillas Canal 2 al barrio de Los Guandules, arrabal capitaleño, donde se disponían a grabar imágenes y testimonios para un reportaje sobre los canillitas, esos niños que trabajan en las calles.

El cámara aparcó el coche frente a un centro jesuita y desde ahí comenzamos a caminar por la avenida principal de barrio, todo eran imágenes nuevas, sorprendentes, vivir un reportaje en segunda persona no estaba en mis cálculos y mientras descubría con la percepción del recién llegado los detalles de cada rostro y de cada esquina, fuimos buscando sobre el asfalto sucio a los protagonistas del reportaje. En la calle principal de Los Guandules había tantos canillitas, esos hijos de la subsistencia amarga.

Los periodistas hacían su trabajo ante la observación de mucha gente, había llegado la tele y muchas personas se mostraban hospitalarias en esa situación. Yo seguía siendo testigo con mis ojos y mi cámara de ese momento singular, lleno de la dignidad que la pobreza ofrece cuando se la observa de imprevisto. Las mercancías se mezclaban con los vendedores y con el suelo insalubre, ante la lente abierta de la cámara y las preguntas de la periodista.

Caminamos luego guiados por un canillita por las calles adyacentes, entre infraviviendas perdidas en las esquinas del subdesarrollo. Allí descubrimos en sus tareas a la madre de una canillita, una señora que vivía con sus cinco hijos bajo el techo monoparental de esa vivienda mínima. Aparecieron poco a poco los otros niños, edades escalonadas y cercanas, llegaron otros niños vecinos mientras se grababan imágenes y testimonios del reportaje. La abuela de los niños andaba por allí ofreciendo facilidades para los visitantes, dando gracias por la visita y recomendando los mejores lugares de sombra de toda la calle. La entrevista continuó entre tinajas de agua y espuma y ropas tendidos, se grabaron imágenes en la vivienda y de todos sus detalles con el rigor y mucho respeto. La abuela de los niños acompañó a los periodistas hacia una puerta de madera contigua, y luego desapareció durante cinco o diez minutos.



De nuevo apareció doblando la esquina con una botella de coca-cola fría recién comprada y unos vasos de plástico para los visitantes.
- Un vasito de coca-cola, ustedes están trabajando y pasando calor.
- ¡Ay, señora! Muchas gracias.

Sacié mi sed con la gratitud más humana que podía ofrecer en ese momento. De estas experiencias nacen sentimientos que se elevan sobre los simbolismos.

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