6 de diciembre de 2007

LA BARBA, DE J.J. MILLÁS

De entre las expresiones relacionadas con el pronóstico del tiempo, quizá la más neutral sea aquella que dice "cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones". Hay que tener mucha cabeza para mojarse tan poco. Si uno encontrara una fórmula semejante para moverse por la vida, sería aceptado en todos los colegios profesionales, en todos los partidos políticos, en todos los cenáculos. Y hay gente que lo consigue. Hay personas a las que les preguntan si creen en Dios y responden que cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones, lo que agrada por igual a todas las confesiones religiosas. Y si se trata de opinar sobre la actualidad, disponemos de un ejército de contribuyentes partidarios de los cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones.

Hablamos de religión o de política por no hablar de la crítica de arte, de las células madre, o del dinitrotolueno. Pienso en una vida así, en una vida de cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones, una vida en la que los gustos propios o las ideas personales estuvieran siempre al resguardo del paraguas plegable. Es posible que, pese a la radicalización aparente de la vida política española, en donde de verdad estemos instalados sea en una situación ideológica de cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones. Tal es lo que señalan ahora mismo las encuestas, donde las diferencias entre los partidos permanecen estables. Algunas tertulias radiofónicas escupen Goma 2 cada mañana, invitando a echarse al monte, pero cuando demoscopia llama a su puerta, los oyentes responden que sí, que bueno, que cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones.

Este hallazgo verbal es una variante del "Si sale con barba, San José y, si no, la Purísima", por cuyo significado me preguntaba hace poco el hijo de un vecino. Cuando se lo expliqué, le pareció extraño que un escultor confiara en exclusiva la identidad sexual de sus estatuas a la barba, de modo que intentó sonsacarme una información sobre la vida que no me correspondía a mí darle. Dudé unos instantes. Luego, coloqué mi mano sobre su hombro y le dije: Amigo, créeme, cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones.

JUAN JOSÉ MILLÁS, en El País, 16 de febrero de 2007.

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Me costó encontrarlo pero la hemeroteca de El País es ancha en sus beneficios para los curiosos. Millás es un maestro, siempre se encuentra en los laberintos de la introspección psicológica, o se da con cierto cinismo disimulado al análisis de las convenciones cotidianas. A veces, como en este artículo, echa manos de ese aforismo ibérico de rancio abolengo:

"Si sale con barba, San Antón y, si no, la Purísima Concepción".

Millás es un gran escritor, planetario, pero mejor no confiarse:

"Ha habido más Papas que figuras del toreo".

10 de septiembre de 2007

TRES LATAS DE LECHE CONDENSADA

"En La Habana, sobre todo en La Habana Vieja y Central y aun en muchos barrios, en los barrios viejos, los habaneros nunca aceptaron los nombres nuevos de las calles y se siguieron llamando como al principio del repúblico o en la colonia, desmintiendo a las placas, los viejos nombres conservados por la tradición oral de la ciudad".

Guillermo Cabrera Infante. La Habana Para un Infante Difunto.

Calle Reina, años 50. Fotografía de Bedincuba.com.

La Rampa, Zulueta, Galiano, Teneinte Rey, Egido, Monte, Reina, Infanta, la Carlos III, Belascoáin... la verba cubana, ese cubaneo r(l)ampante que juega con los turistas en las esquinas de cada calle, resolviendo como interesados lazarillos de yumas sonrientes y despistados.

Por entonces, años de la República, había incluso publicidad en las calles comerciales, la que relataba Fausto Miranda, "usted es viejo, pero viejo de veldá".

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"Mis libros en Cuba cuestan tres latas de leche condensada". Así se mide el IPC de las editoriales prhibidas, como metáfora repetida de un homenaje humildea G. Caín, premio Cervantes en 1997. Otro homenaje es 'La plus que lente', del cubanísimo Debussy.


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Luis Margol lo dice más clarito que yo: ¿Zapatero en Varadero? Se le van a quitar las ganas.

4 de septiembre de 2007

BORGES, EL PALABRISTA (IV)

"Los inventos modernos son muy caprichosos. De pronto se niegan a prestar servicio sin ninguna razón... Eso no sucede con los inventos antiguos: esos funcionan siempre, son leales a quienes los necesitan. ¿Usted vio alguna vez una cuchara que se descomponga y se niegue a darle la sopa? Yo he subido una infinidad de escaleras y jamás encontré una que se opusiera a llevarme donde yo quería..."

Borges, el Palabrista. Esteban Peicovich. Ediciones libertarias. 1980.


Se estropeó el aire acondicionado una semana después de provocarme una faringitis veraniega. Se dañó el lavaplatos y la molestia de lavar los platos a mano causó un conflicto familiar. El TDT aún no funciona bien en casa y aún espero a que lo instalen definitivamente, la vida parece aburrida sin el último invento vacuo. ¡Ay! Y se pierde la señal de internet por unos momentos parece que el mundo se acaba. Se fue la luz en Barcelona durante varios días y aquello pareció una versión urbana del Armagedón.

- ¿Y cómo era esa tiempo en que no había tanto inventos?

Quizá no sean necesarias tantas alforjas para este viaje posmoderno.

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Interesante ensayo de Rodríguez-Braun sobre Borges.

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La obligación (comunista) de vivir en la frugalidad y en la escasez vacía alforjas de la vida. Tremenda vida. 'Nicomedes Pérez, el agricultor' es una crónica de situación del maltratado campo cubano, realizada por Óscar Espinosa Chepe.

6 de agosto de 2007

BORGES, EL PALABRISTA (I)

"En épocas importantes para la humanidad -la cultura griega no es nada despreciable- no había periódicos. Y no creo que Platón fuera inferior a un vespertino... Yo no he leído un periódico en toda mi vida. En un diario, por lo general, se escriben noticias , desde luego, tontas. ¿Qué importa que un ministro viaje o no? De las cosas realmente importantes uno se entera de igual modo (...) No se puede saber de antemando cuáles son los hechos trascendentales de cada día".

Borges, el Palabrista. Esteban Peicovich. Ediciones libertarias. 1980.


¿Qué importa que un ministro viaje o que corte una cinta de inauguración y coma canapés?
¿Es noticia que Paquirrín se bañe en la playa?
¿Son noticia las ocurrencias del Presidente Rodríguez?
¿Es informativamente relevante que un grupo de presión se vuelva más irredento?
¿Es noticia que Canal Sur hable de alguna "iniciativa" de la Junta de Andalucía?

Somos considerados consumidores de información, pero la atribución psicológica de los medios de masas ha transformado la realidad en un invento artificial que nos repite las consignas del aburrimiento. Grados y modos de propaganda.

16 de junio de 2007

LA ATRACCIÓN DE LO DECADENTE

- ¿Te encuentras bien? ¿Por qué te fijas en esas cosas?

Mirar las decadencias es un ejercicio antiestético, por comparación con lo reluciente y los neones de la perfección simulada. Esa es la (repetida) cultura de la imagen que machaca la televisión: cuerpos perfectos, apartamentos luminosos con vistas al océano infinito, niños rubios, con ojos rubios, con dientes rubios...


Las decadencias tienen un gancho distinto, por contradicción, por el mero ejercicio de engañar al ojo y separarlo de esas siluetas perfectas. No es culto a la ruina ni a la destrucción. Sencillamente es mirar con otros ojos, sin miopías posmodernas, sin impostaciones publicitarias, sencillamente volver al lugar primigenio donde se aprendía a aprender.

Era otro tiempo, en el que subir y bajar esas escaleras tenía algo de épico, de descubrimiento de otro mundo, otras constumbres y modos de vida tradicionales, de entender la estrechez de aquellos muros de adobe con la naturalidad de los brazos en jarra. Como me gustaría bajar esas escaleras y contarte que tenemos nuevo alcalde, el nieto de Pespunte, el niño de Mercedes la Hipólita, que en la puerta de aquella casa ofrecía las hojas del laurel que cubría el pozo.

Que no daría yo...

27 de abril de 2007

CRÓNICA CLANDESTINA, CON RAÚL RIVERO

[Este post forma parte de una crónica que está pendiente de publicación.]


Había algunos chaveas jugando pelota en un parque del municipio Playa, pero la falta de señalizaciones y la cuadrícula urbanística con calles denominadas con números y esquinas con más números me obligaron a caminar más de lo esperado en busca de aquella calle-guarismo del barrio de Kohly, todo un ejercicio de interpretación para los torpes gallegos recién llegados… como yo. El gallego despistado es una institución popular cubana como lo puede ser el cateto que se pierde al llegar a la ciudad, como es mi caso por ambas partes.

(Entre Raúl Rivero y Ángel Tomás González)

Por fin di con la casa, pero todavía no había nadie. Un vecino me preguntó que a quién esperaba y le dije que era un amigo de mi padre el que vivía allí. No era cierto pero no me fiaba de nadie. Esperé en el parque a que llegaran los anfitriones y allí fue que me senté a ver a unos cuantos adolescentes emulando a los toleteros de grandes ligas que ven ilegalmente por el cable pirateado, como el caso del beisbolista Kendry Morales que emigró en una balsa, pateras del Caribe, para llegar a otra tierra y cambiar así las penurias obligatorias de su familia de Sancti Spiritus, el mismitico centro de la isla de Cuba, por un contrato de millones de dólares como jugador de los Anaheim Angels, los angelinos de Anaheim como traducen los hispanos de Los Ángeles.

Kohly era un barrio bien para lo que se estila en La Habana, probablemente muchos de aquellos habitantes sí conocían el nombre de la mujer de Fidel Castro. Hubiera hecho la prueba pero por entonces yo no sabía el nombre. En la capital hay ciertos barrios, repartos y cuadras recientes, donde habitan los cargos medios y altos del régimen, dignidades y funcionarios de cierta importancia que poco tienen que ver con los emigrados orientales que pueblan barbacoas, como las de la antigua piscina del Hotel Bristol, y resuelven su existencia con riquimbilis, ya doctorados en las chivichanas cotidianas que si no fuera por campana en Cuba no hubiera lomas.


Aparecieron en el carro que manejaba Ángel Tomás González, el corresponsal de El Mundo en La Habana. Junto a él pude ver a Raúl Rivero a quien había visto en un documental y en fotos de prensa. Súbitamente me puse un poco nervioso, respiré hondo. En el coche también iban Blanca Reyes, esposa de Raúl Rivero y Yolanda Martínez, una bilbaína casada con el corresponsal de El Mundo y cuya historia de amor me contó Ángel en el pasillo principal de su casa.

Más tarde llegó en su auto Lars Palmgren, corresponsal para Latinoamérica de la radio pública sueca durante más de 30 años. Él vivía en la costa chilena, entre Valparaíso y Viña del Mar, y había conocido en el ejercicio de su corresponsalía toda Latinoamérica, derrocamientos, revoluciones, sandinistas, contras, revueltas e incluso la modernidad chilena.

[…]

Mientras tomábamos una cerveza rusa, Raúl leía desentrañaba la extraña leyenda cirílica de la lata y recordaba con cierta nostalgia los tiempos en que fue director de la Agencia Prensa Latina en Moscú durante los años 70. No llegó a coincidir con Félix Bayón, que fue corresponsal El País para la URSS en la década de los 80.

¿Quién le iba a decir a él que se convertiría con el tiempo en un Solzhenitsyn a la cubana?


Cuando Raúl Rivero era el jefe de relaciones públicas de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC), no podría imaginar que el sistema comunista le amargaría la vida hasta encerrarlo en una cárcel desvencijada y podrida. Romper con el comunismo le costó caro, el precio que se cobra el totalitarismo siempre es caro y doloroso. Es la muerte administrativa en todas sus posibilidades, incluso para su anciana madre doña Hortensia Castañeda, que aún mantiene intacta el habla camagüeyana en su exilio madrileño. A doña Hortensia le retiraron la pensión, tan ínfima como la moral de los que se la quitaron, y lo hicieron como chantaje psicológico ante el disidente que no escondía su voz.

Luego vino la cárcel pero Raúl, apaciblemente sentado en ese banco, no respondía con malas palabras ni exabruptos sobre ninguna cuestión, incluída “la política”. Yo sabía que algunos mayores de mi pueblo no hablaban de política cuando eran más de 30 años de democracia española, pero aquella sobremesa se dibujaba como una gran lección universal. Y en presente, bajo un trópico benévolo.

Por entonces, ya estaba publicado el libro Sin pan y sin palabras, de Raúl Rivero, pero esa lección la leí meses más tarde, aún con el recuerdo vívido de aquel día de marzo de 2005.

En cierto momento de la conversación, entre las cervezas rusas, me contó una anécdota que ahorita no recuerdo, y me recuerdo que me decía “mi amigo Paco”, mientras que me daba –con afecto- unas palmadas en la espalda. Era puro cariño, en los pequeños detalles, no resplandecía nada de odio en sus palabras ni actitudes, más bien todo lo contrario, aquellas horas fueron deliciosas, en las que un periodista en ciernes y preguntón se acerca a un maestro humilde y pausado.

[…]

A Blanca Reyes, esposa de Raúl, le recordé en cierto momento de la charla aquella entrevista que le hizo Carlos Herrera dos años antes, concretamente cuando le preguntó si tenía miedo en aquellos largos días en que Raúl Rivero estaba en la cárcel tras la Primavera Negra de 2003. “Cómo voy a tener miedo con todo lo que hemos pasado, ya no me pueden hacer más daño del que me han hecho”, le respondió ella, y Herrera, sin miedo, le repreguntaba por aquel diálogo que estaría siendo grabado por los servicios del régimen. Ella formaba parte de las Damas de Blanco por entonces y las sigue apoyando desde Madrid, un grupo pacífico que se reúne los domingos en la iglesia de Santa Rita de Casia, cerca de la Quinta Avenida, en el municipio Playa.

Recientemente se supo que había dos personas infiltradas por la inteligencia cubana en las Damas de Blanco, según los datos extraídos del ordenador de Raúl Reyes que capturó el ejército colombiano.

De nuevo aparecía en la conversación la resiliencia de Blanca y Raúl, tanto monta, esa resistencia psicológica ante el daño que infringe el totalitarismo de la barba en sus embates refinados por su maldad narcisista e intrínseca. Recordaba casi de memoria fragmentos de aquella entrevista y otro documental radiofónico realizado por Carlos Alsina en el que Blanca Reyes hablaba de Raúl mientras permanecía preso en Canaletas.

Hubo momentos en la conversación para hablar del habla popular cubana y rememorar el dicho del “gallo de Morón”, el Morón andaluz como el Morón de Camagüey, éste sin frontera. Hablábamos de aquel gallo, sin plumas y cacareando, como ahora lo está Fidel desde su jaula de oro hospitalaria soltando su gallinazo crónico en forma de crónicas y artículos.

[…]

Como tantos cubanos amamantados en la dulce quimera del primerizo idealismo revolucionario de los años iniciales de la Revolución de los barbudos, les punzaba interiormente el descubrimiento progresivo de que aquel sueño se había convertido en una construcción estalinista atrozmente falsa, atosigante, liberticida. Así le sucedió a Raúl Rivero en los años noventa, o quizá fue antes, paulatino, como a tantos otros destacados artistas, escritores o periodistas. Rompió su relación con la UNEAC en 1989 y en 1991 suscribió la Carta de los intelectuales y la Carta de los Diez. La palabra intelectual está devaluada si no es orgánico, afín al sistema, calladito y borreguil con el poder barbado. Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, es decir, lo que diga yo, el Supremo Fidel, y punto. No hay más que hablar.

La UNEAC hizo con Raúl Rivero como aquella siniestra y homóloga organización soviética que expulsó a Solzhenitsyn por sus constantes infracciones a la moral socialista, esas actitudes contrarrevolucionarias que los comunistas hispanos señalaban sin rubor como propias de un agente de la CIA. El ejemplo de Rivero como un Solzhenitsyn caribeño ya me rondaba la cabeza cuando empecé a leer los libros de Raúl, y más aún cuando unos jartibles niñatos comunistas le reventaron una conferencia en la Universidad de Sevilla.

Solzhenitsyn dejó escrito antes de morir un epitafio universal: “He pasado de un mundo donde no se puede decir nada, a un mundo donde se puede decir todo, y no sirve para nada”. Ésa es la personalidad como destino, y viceversa, para los que niegan las mentiras obligatorias del totalitarismo.

[…]

Compré dos botellas de vino para ese almuerzo, un vino español que se vendía en las Galerías Paseo, que estaban aquella mañana atestadas de gente en los pasillos pero no tanto en las tiendas: era un supermercado libre, caro para los cubanos que se mantenían con la cuota y con pocos pesos convertibles. Pero si vas con fulas, como cualquier yuma recién llegado, puedes comprar muchos productos, encarecidos por la escasez del socialismo, valga la redundancia. Llevaba otros regalos en la maleta que preparé en Granada con algo de intuición. Eran dos libros: Leyendas de la Alhambra de Washington Irving, y El Buscón de Quevedo. Yo quería hacer de embajador granadino porque el Ayuntamiento de Granada le ofrecía un puesto para que pudiera ganarse la vida en España… si le dejaban salir de la isla. Del sufrimiento del poeta Rivero sabía el hermano del poeta, Luis García Montero, por entonces concejal de cultura del Ayuntamiento de Graná. Y Granada no quiere sentir en sus carnes padecimiento de un poeta, ni su encarcelamiento, ni su muerte, nunca más.

[…]

La camisa vaquera de Raúl Rivero que repite como un amuleto, con aires de libertad, una peculiar historia de afectos y recuerdos que se presume, como si él fuera un vaquero de Marlboro que fuma sólo cigarrillos, ya no fuma puros, hace tiempo que no los fuma. La sencillez de un hombre amable, un poeta que a pesar de haber sufrido la cárcel, no estaba enrocado en ese dolor íntimo que mata sentimientos cuando deja que el odio se esparza, sino que era un hombre abierto y con un corazón admirable, sin extremos ni resentimientos.

De cómo se gestó la libertad de Raúl Rivero adiviné con torpeza algunos detalles, otros me las contó Ángel Tomás González, y el resto del relato de cómo lo pusieron en libertad se seguirá escribiendo desde un sofá de Cartagena de Indias.


[Este post forma parte de una crónica que está pendiente de publicación.]

- o -

FUERA DE JUEGO, de Heberto Padilla

¡Al poeta despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.

A ese tipo, ¡despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.

Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Armstrong.
Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos en la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
"pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí..."
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
A ese tipo, ¡despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.

18 de enero de 2007

REDES DEL EXILIO

Internet es probablemente uno de los símbolos más cercanos del fenómeno de la globalización. ¿Recuerdan el mundo antes de la aparición de internet? Probablemente, ya nada será igual que entonces, pero esta nueva filosofía (posmoderna) de las redes nos está cambiando el mundo. Y nosotros con él.

En un trabajo académico para la Universidad, comencé a hurgar en la red para encontrar sitios web relacionados con el exilio cubano, no sólo el de Miami. Y la cantidad de información era tan extensa que superó mis expectativas. Unas veces utilizando la herramienta de searching (búsqueda) o sencillamente navegando (browsing) a partir de ciertas páginas como cubanet.org iba encontrando testimonios y documentos de cubanos que viven en lugares diversos y que más allá del porqué de su emigración, añoran la isla a la que muchos de ellos no pueden volver. Internautas de Holanda, Suecia, España y sobre todo el estado norteamericano de la Florida tenían a Cuba en sus opiniones, fotos, críticas, añoranzas o recuerdos de la infancia.

La red les permite una libertad de la que no se goza en la isla, no hay censuras ni controles para opinar. Incluso en ciertos sitios web del gobierno cubano, puro ruido documental, hay referencias contra los llamados ‘gusanos’ y para todos los que abandoron la isla. Los gusanos son, según la terminología oficial socialista, los cubanos que viven 90 millas al norte del estrecho de la Florida, en Miami. El gobierno comunista los odia, pero sin embargo acepta sus remesas de dinero, de las cuáles se queda con un diez por ciento. Cuando algunos han vuelto de Miami, los familiares que se quedaron han agradecido mucho sus regalos, siempre con esa ironía propia del cubano.

- Mira, se fueron como gusanos, pero volvieron como mariposas.

La simple existencia de un sistema como internet cuya base es la libertad de acceso y de comunicación choca frontalmente con el arcaico modo de entender el mundo actual que tiene la dictadura antillana. Pero claro, en un país donde no existe prensa libre, los “ciudadanos” viven controlados por los sistemas de vigilancia de los CDR, y aún la comida se distribuye según las cartillas de racionamiento, evidentemente internet no es una necesidad de primer orden. Sin embargo, gracias a Internet, los que vivimos lejos de la dura realidad cubana nos informamos de que la cartilla de racionamiento pasa de tener 36 hojas a 20, es decir, que se raciona el papel de la cartilla de racionamiento.

Cuando pude visitar la isla por última vez, que no será la última, me interesé por la figura de Raúl Rivero, cuya página web alojada en el servidor de un diario español pedía su libertad, mostraba poemas de su cautiverio, e incluso aparecía transcrito ese juicio carente de garantías al que fue sometido por los intransigentes tribunales revolucionarios.

Mientras el exilio se duele en los océanos de internet, una joven generación de usuarios se asoma a la red, cada cual con su propio espítitu crítico o quizás sin él. La simpatía por los atavismos de aislamiento que representa la Revolución cubana, disfrazados de conquistas sociales, genera unas contradicciones dolorosas y enquistadas en el tiempo.

Es necesario aprender a nadar entre la propaganda.